Columna de opinión.
Umberto D. Director Vittorio De Sica.
El esfuerzo constante por conservar la dignidad personal, el honor y orgullo dentro de un ambiente desgarrador está representado por Umberto, un pobre anciano jubilado, cuyo único fiel compañero es su perro Flike. Este filme de Vittorio De Sica, quien se lo dedicó a su padre, es una obra que puede considerarse como intemporal, es decir, la problemática social que nos presenta De Sica no pertenece exclusivamente a un tiempo y espacio únicos, sino que puede ser vista en la actualidad, o sea la indiferencia social ante una generación considerada –por muchos- como un estorbo, una molestia, un obstáculo.
Si bien los elementos neorrealistas se mantienen hasta cierto punto, ya que fue rodada durante la reconstrucción italiana tras la guerra. Umberto D refleja, al desnudo y sin máscaras, la cruda situación atravesada por un anciano prácticamente solo, pobre y achacoso. No obstante, se resaltan valores -que en medio del hambre y sobrevivencia- pueden darse por perdidos. Ello se refleja en un par de escenas conmovedoras. En una, se muestra a un Umberto incapaz de estirar la mano para mendigar por unas cuantas liras. En la otra, cuando quiere dejar en claro ante unos transeúntes que él es un hombre íntegro, que paga sus deudas; luego de discutir con una fría mujer que le rentaba un pequeño cuartito.
Asimismo, el amor, cariño e incluso ternura mostrados entre el protagonista y su fiel can otorgan a la película una dosis de mayor dramatismo, que se torna un tanto sofocante durante la extensa escena en la que Umberto busca desesperadamente a Flike en la perrera. Sin embargo, De Sica premia al espectador con el conmovedor primerísimo primer plano de un anciano satisfecho por haber encontrado a su fiel compañero. Vale mencionar, que estos planos parecen ser usados por el director para ocasiones especiales, ya que durante el filme los utiliza en 3 escenas, en promedio. Precisamente, en aquellas de gran carga emotiva.
“Estoy cansado” le dice Umberto a María, la muchacha de la casa en donde alquilaba una alcoba. En ese instante, De Sica vuelve a usar un primerísimo primer plano en un intento por reflejar la dureza de atravesar la vejez en soledad. Una representación a la que el director recurre en varias oportunidades.
Sin embargo, la escena final de la película es bastante interesante. Tras un intento de suicidio que Umberto no concretó gracias a su fiel amigo Flike, el anciano parece resignado a continuar sobreviviendo, entonces Umberto y su pequeño can se marchan jugueteando hasta perderse del ojo de la cámara. Un final abierto que produce un extraño sentimiento de optimismo frente al destino de ambos compañeros. Pues a pesar de todo, continúan juntos; al margen de todo, Umberto no está totalmente solo.